En marzo de 1988, el “Negro” Alberto Olmedo estaba en la cumbre de su popularidad: ganaba fortunas con sus programas de televisión y llenaba noche tras noche el teatro marplatense donde lideraba largamente la taquilla con la obra “Éramos tan pobres”.
Cuando llegó al departamento del piso 11 del edificio Maral 39, Nancy Herrera lo estaba esperando. Había un mensaje en el espejo: “Te amo”, decía.
La reconciliación iba viento en popa, champagne de por medio. Nancy estaba embarazada de dos meses. Esperaba un hijo suyo. Se lo contó y siguieron el juego de la reconciliación. Había alcohol y cocaína.
“¡Me caigo, mamita, me caigo! ¡Agarráme la pierna! ¡Agarráme la pierna!”
Olmedo estaba con el torso desnudo, un jean azul y unas botas tejanas.
El juez determinó que fue un accidente. Que quizás el rocío de esa mañana gris le jugó una mala pasada mientras Olmedo hacía un chiste, una picardía.
Alberto Olmedo cayó en el jardín del edificio y su cuerpo rebotó hacia la vereda. Nancy vio todo desde el balcón y nada pudo hacer. Quiso agarrarlo.
El capo cómico quedó inconsciente unos minutos hasta que, boca arriba y con los ojos abiertos, murió.
En su mejor momento
Nacido como Alberto Orlando Olmedo en el barrio Pichincha de la ciudad de Rosario, el 24 de agosto de 1933, no tuvo padre y recibió enseñanza primaria en la escuela nocturna porque de día realizaba toda clase de changas -la más redituable era en una carnicería-, mientras su madre Matilde sostenía el hogar con los trabajos más humildes. Vivían en la calle Tucumán 2.765.
Su primer contacto con el espectáculo fue como “claque” en el teatro La Comedia, de Mitre y cortada Ricardone, hacia 1947, y ya lanzado a lo artístico participó en la Troupe Juvenil Asturiana, que funcionaba en el Centro Asturiano de Rosario, tras lo cual forma un dúo gimnástico-humorístico con su amigo Antonio Ruiz Viñas.
En 1954 arriba a Buenos Aires con el grupo “Gitanerías”-émulo del entonces famoso “Romerías”- que dirigía Juanito Belmonte, mucho más tarde representante y amigo de Enrique Pinti. La llegada a la Capital no fue fácil, volvieron los trabajos de cualquier tipo y el recorrido ansioso por teatros de revistas y el único canal de televisión existente, el 7, que finalmente le permitió integrar el programa “La troupe de la TV”, donde su capacidad de improvisación obtuvo aplausos junto a figuras ya consagradas como Rafael Carret, Zelmar Gueñol, Noemí Laserre, María Esther Gamas, Tincho Zabala y Humberto Ortiz, el que luego fue “Coquito” en “El capitán Piluso”.
Ese programa, que tenía libretos de Ortiz y en el que Olmedo se permitía toda clase de “morcilleos”, amenizó las tardes de varias generaciones que tomaban la merienda pendientes de sus aventuras y mostró el crecimiento de un actor poco valorado al principio y que demostró cómo se puede triunfar sin haber pasado por una escuela de actuación.
En Canal 7 Olmedo fue “tiracables”, “swicher” y técnico en lo que hiciera falta, habilidades de las que nunca abdicó y que le valieron el respeto de los trabajadores detrás de cámara aun cuando ya era un figura famosa.
Así fueron llegando programas como “Operación Ja-Ja” (1967, Canal 11), un programa de Hugo y Gerardo Sofovich en el que debutaron Javier Portales y María Rosa Fugazot, y “El botón” (1969), donde era uno más entre varios grandes, hasta llegar a “Fresco y Batata” (1973, Canal 13), en el que lideraba el reparto junto a Jorge Porcel, desde entonces casi su socio exclusivo.
Ya sus personajes “Rucucu” y “El yeneral González” eran festejados por el público y en diciembre de 1970 organizó una emisión a beneficio de la Casa Cuna y el Hospital Argerich en el que batió el récord de permanencia en cámara, lo que le dio mayor repercusión pública.
En mayo de 1976, con la dictadura cívico-militar a punto de cumplir dos meses, anunció su “desaparición física”en la apertura del programa “El chupete”, con libretos de Jorge Basurto y Juan Carlos Mesa; la broma fue muy pesada y su estrella se oscureció ante las autoridades de los canales y aun el público.
Esa estrella reverdeció gracias a “Alberto y Susana” (1980), junto a Susana Giménez, con la que ya había hecho cine y teatro de revistas, y sobre todo a Hugo Sofovich, que con “No toca botón” (1987) consolidó al bufo y a sus personajes, cuya carrera parecía no tener límites.
Hombre reservado y hasta taciturno en su vida privada, rodó una cincuentena de películas, tanto picarescas como para público infantil, en las que sobrepasó holgadamente guiones paupérrimos y direcciones ineficaces haciendo de su atracción peculiar, sus miradas cómplices a cámara y su inefable lenguaje el centro de todas las atenciones.
Se casó cuatro veces y tuvo seis hijos -el último con su pareja Nancy Herrera-, familias que no siempre fueron avenidas y en las que no faltaron los escándalos y los dolores profundos, como cuando se enteró de que Herrera y su amigo Cacho Fontana habían tenido una relación paralela.